Ayer volví al mar, no hacía nada en casa. Ayer volvía al mar para escuchar su sinfonía, para escuchar su voz. Soy un ser extraño amante de la montaña y sus paisajes ante todo, pero el mar, el mar...
Ayer buscaba una cosa, una foto y me fui con otra distinta. Al llegar a Retamar, el mar me saludó y comprendí al ver su blanca melena moverse con el viento que el motivo de mi visita había cambiado, el mar debería ser mi motivación esa tarde.
Un cielo limpio, frío, con alguna nube juguetona, lejos de las nubes retenidas más allá en las montañas nubladas, presagiaba una buena tarde de luz. Y mientras caminaba solo, me dejaba llevar por la sinfonía del mar. Nadie había por aquellos lugares, momentos perfectos para dejar la cabeza volar. Días y días de pensamiento suspendidos en el viento mientras la vista se pierde en un mar de espuma dorada por el Sol.
Pero se que cuando acabe el día, volverán a caer sobre mi todos los pensamientos que salieron volando, porque no me puedo deshacer de ellos, y día tras día me acuden a mi cabeza sin ser llamados, simplemente están ahí.
De la misma manera que un momento de pasión no es un momento desperdiciado, un instante de liberación es un momento bien aprovechado.
El Sol se va, la luz queda y yo sigo mirando. La luz se va el ocaso queda y me siento otra vez observando el horizonte con una hipnótica luz amarillenta que me impide apartar la mirada. La noche llega, el frío manda, y mi mente sigue allí atada mientras la sinfonía del mar sigue llegando a mis oídos.
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